En tiempos antiguos, los apellidos no eran comunes, como se ilustra en la Biblia, donde las personas eran identificadas por sus nombres, linaje o apodos. Un ejemplo de esto era cuando, en la antigüedad, el mensajero debía enviar una carta a alguien llamado Juan, pero se preguntaba:¿A cuál Juan debo enviar la carta? ¿Al del monte, o al del valle? Cuando la población creció, surgió la necesidad de distinguir a personas con nombres similares, dando lugar a apellidos topónimos basados en el lugar de residencia, como “Arroyo,” “Costa,” “Rivera,” entre otros.

En aquel entonces, las personas vivían en aldeas pequeñas donde todos se conocían y bastaba con un nombre para identificarse. Sin embargo, con el crecimiento de ciudades y feudos en la Edad Media, se hizo necesario introducir apellidos para distinguir a las personas.

A medida que los apellidos se volvieron más comunes y las culturas se entremezclaron, muchos apellidos fueron traducidos o alterados ligeramente para ocultar su origen y evitar discriminación.
Algunos apellidos se basan en nombres, como “Rodríguez,” que significa “hijo de Rodrigo.” Otros apellidos están relacionados con la ocupación de una persona, como “Herrero“. También hay apellidos que se derivan de características físicas distintivas, como “Blanco,” “Delgado” o “Moreno.” Estos apellidos reflejan la herencia cultural y la diversidad de orígenes.